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Anatomía Cubana

El fotógrafo es un cazador. Sale a la calle atento a los rostros, a los cuerpos que pasan ante él, a la arquitectura invisible que surge en un instante de la azarosa conjunción de volúmenes y vacío, a la luz y a las sombras. El fotógrafo piensa con el ojo. Enfoca, apunta y dispara, deseando haber apresado el milagro que vislumbró. La cámara es la única arma capaz de prolongar la vida en lugar de arrebatarla. Pero eso sólo sucede raramente y, cuando ocurre, el espectador escucha el leve latido de lo retratado.

En las fotografías de Jesús González Casado se escucha el latir de Cuba, esa utopía que se habría convertido en una distopía si no fuera por su gente, los hombres, mujeres y niños que Jesús retrata solos o en pequeños grupos en La Habana, en Trinidad, en Cienfuegos y en Viñales. Aunque son escenas callejeras, el tiempo parece detenido, también los retratados, como si esa isla que quiso ser el paraíso sesteara mientras espera. En las imágenes, lo visible abraza lo invisible. En las nítidas sombras que proyectan las figuras arde el sol del Caribe. En el torso desnudo de los bañistas rumorea el cálido mar de las Antillas, que ciñe la isla como un amante celoso. En los números atrasados del periódico Granma que vende un anciano el pasado se cae a pedazos, igual que el centro de La Habana. En las sonrisas de los niños bulle la vida, que empuja a ciegas. En cada personaje se oculta una multitud. Cualquier hombre es todos los hombres.

Como en un estudio anatómico, las fotografías de Jesús González Casado hablan del todo. No sólo de Cuba. También de nosotros.

NURIA BARRIOS