Si no era malo mi Paco, no. Como te lo digo, lo que pasa es que yo le hacía perder los nervios, y él, claro, venía cansado. Que no necesitaba a nadie mi Paco, decía, y tampoco tenía tiempo, sólo de casa a la tienda y de la tienda a casa. Siempre cansado, como lo oyes. Y el caso es que la culpa era suya, porque más de mil veces me ofrecí a ayudarle con el negocio, pero nada, que yo estaba mejor en casa, que hay mucho aprovechado y mucho listo con lo simple que tú eres y cosas así. Y luego estaba que se le iban los ojos detrás de cualquier falda, pero como a todos los hombres, digo yo, ni más ni menos, que ya me lo decía mi madre, que los hombres no son como nosotras, que ellos no han nacido para mirar a una sola mujer. Pero malo no, mi Paco, que nunca me puso una mano encima, eso hay que reconocérselo. Dios lo tenga en su gloria.