Volver a la casa de tus abuelos, después de muchos años deshabitada, te hace experimentar muchos sentimientos.
Los recuerdos se agolpan.
Esa galería por donde correteaba de niño…, esas alacenas donde se guardaba el mejor dulce de leche que buscaba nada más llegar…, esas golondrinas de porcelana que nos maravillaban a mi hermana y a mí…
Entonces, ir a casa de nuestros abuelos nos parecía casi una aventura en la que siempre había algo que nos sorprendía, y hoy día sigue siendo así. Me siguen llamando la atención las mismas cosas: los papeles pintados, los cabeceros torneados de las camas, la cocina de leña… Paseo con la cámara por todas las habitaciones y dependencias, y me fascinan los bodegones que alguien colocó… Los fotografío frontalmente, tal como están, como si de un retrato sincero se tratara, busco la belleza de lo sencillo, de lo espontáneo, de lo humilde.
Hoy observo esa casa de mi infancia con la mirada de la melancolía.
Algún día, será derruida. Con estos “retratos” guardaré un pedacito de mi infancia… y al contemplarlos, volveré a quedar maravillado con esas golondrinas de porcelana volando sobre el papel pintado del salón.